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San Nicolás de Bari, obispo (6 de diciembre)
Nacimiento: alrededor de 270 en Patara de Licia, Imperio romano
Muerte: entre 345 y 352 en Mira (actual Demre), Turquía, entre 75 y 82 años de edad
Ocupación: Sacerdote y obispo, asistió al primer concilio Niceno
San Nicolás, obispo de Mira, en Licia, tan célebre en todo el universo por el resplandor de sus virtudes, por el número de sus milagros y por la confianza de los pueblos en su intercesión, nació en Patara, ciudad de la Licia en el Asia Menor. Sus padres eran muy ricos, pero todavía eran más piadosos; habían perdido toda esperanza de tener hijos, cuando su madre se halló embarazada, lo que miró desde luego como un don del Cielo y como el fruto de las grandes limosnas de sus padres, a quienes llamaban en el país padres de los pobres. Dios le previno tan visiblemente de sus bendiciones desde su nacimiento, que se aseguraba no fue posible hacerle mamar jamás los miércoles y viernes, como si hubiera comenzado desde entonces a ayunar estos dos días de la semana, que eran días de abstinencia y de ayuno en la Iglesia oriental. Su tío Nicolás, obispo de Mira, que le había puesto su nombre y había ido a la iglesia a dar gracias a Dios por haber dado a su familia un heredero, tuvo durante su oración una revelación en que se le manifestó que el niño que Dios le había dado sería un astro luminoso que alumbraría con su virtud a toda la Tierra.
Tantos presagios de la futura santidad del niño Nicolás movieron a sus padres a poner mucho cuidado para darle una educación del todo cristiana. El natural dichoso de este hijo de bendición no necesitó de muchas lecciones para salir consumado en la virtud. Su piedad se anticipó, por decirlo así, a la edad de la razón. Jamás fueron de su gusto los entretenimientos ordinarios de los niños. Si querían divertirle y darle gusto, era menester llevarle a la iglesia a hacer oración. Sus sentimientos por la religión, su respeto a las cosas santas eran mirados como un prodigio en un niño de cinco años.
Como descubría un excelente ingenio, y no tenía otra cosa de joven que la edad, le aplicaron con tiempo al estudio de las ciencias, en las que hizo maravillosos progresos; pero, al paso que crecía su sabiduría, aventajaba todavía en santidad. Su mansedumbre, su docilidad y su modestia le distinguían tanto de los demás, que era el modelo de imitación que se proponía a todos los jóvenes. No había quien no admirase su regularidad, su devoción tierna y su prudencia en una edad en que, por lo común, dominan la vivacidad y el amor al deleite, y en que las pasiones son regularmente el mayor móvil de las acciones. Perdió sus padres todavía muy joven, cuya pérdida sintió como era razón, pero esta falta en nada perjudicó a su virtud. La muerte de un padre y de una madre a quienes amaba con extremo, y que le dejaban grandes bienes, solamente sirvió para hacerle más devoto, más retirado y más caritativo.
Habiendo sabido que un caballero pobre de la ciudad tenía el ánimo de prostituir tres hijas, por no tener con qué casarlas según su calidad, Nicolás llenó de piezas de oro una bolsa, y al anochecer la tiró muy secretamente por una ventana en el cuarto de este desventurado padre, el cual quedó gozosamente sorprendido al encontrar una suma considerable, bastante para dotar a su hija mayor, con la que la casó al instante, esperando que la Providencia proveería a las otras dos.
No tardó mucho tiempo en ver cumplida su esperanza, pues aquella misma noche echó nuestro Santo por la misma ventana en el cuarto otra igual cantidad, la que sirvió para casar a la segunda. El dichoso padre, no dudando que el que le había hecho estas dos obras de caridad le haría también la que le faltaba para casar a la menor, quiso tener el consuelo de conocer a su bienhechor, para lo cual se puso en acecho. Luego que nuestro Santo, valiéndose de la oscuridad de la noche, hubo echado su limosna, corrió tras él, le abrazó y, conociendo a su compatriota, le dio mil gracias por tan insignes beneficios.
El Santo, tan mortificado como sorprendido de verse descubierto, le pidió con las mayores instancias que no propalara esta limosna. El caballero se lo prometió, pero no le cumplió la palabra. La mañana siguiente ya toda la ciudad era sabedora y estaba admirada de una caridad tan liberal; solo San Nicolás tuvo mucho que sufrir de esta manifestación.
Una virtud tan eminente y tan pura no era para el mundo: nuestro Santo pensaba en dejarle; pero Dios, que le había escogido para que fuese uno de los más bellos ornamentos de la Iglesia, dispuso que entrara en el clero con la aprobación pública. Conociendo el obispo de Mira su virtud y su sabiduría, se dio prisa a hacerle sacerdote. Con la dignidad creció su piedad; y, entrando en el sacerdocio con unas costumbres tan puras y un alma tan cristiana, dio a su virtud un nuevo lustre y un nuevo vigor a su fervor.
Habiendo hecho su tío un viaje por devoción a Tierra Santa, dejó a nuestro Santo el gobierno de su diócesis, quien la gobernó con tanta prudencia y edificación, que no hubo quien no le deseara tener algún día por obispo. Habiendo muerto su tío poco después de su vuelta, nuestro Santo, que nada temía tanto como el obispado, se alejó de su país, haciendo un viaje a Palestina. Apenas entró en la embarcación, pronosticó al piloto una tempestad furiosa, la que no tardó, y fue tan horrible, que todo el equipaje se creyó perdido. En este conflicto recurrieron al Santo, el que, lo mismo fue ponerse en oración, que cesar la tempestad y quedar el mar en calma. Como este Santo obró este prodigio muchas veces en su vida, y se ha recibido el mismo socorro por su intercesión después de su muerte, los marineros y los navegantes le han tomado por su patrón y le invocan en todas las borrascas.
Después de haber visitado los Santos Lugares, se retiró a una cueva, donde dicen que el Niño Jesús, la Virgen Santísima y San José pasaron la noche cuando salieron de la Judea para huir a Egipto. Nuestro Santo tenia intención de pasar allí el resto de sus días, pero Dios le dio a conocer que debía volver a Mira. Habiendo llegado a esta ciudad, se retiró a un monasterio, resuelto a pasar en él el resto de sus días en el silencio de la oscuridad y en los ejercicios de la más austera penitencia. Habiendo muerto entre tanto el obispo Juan, que había sucedido al tío de nuestro Santo, se juntaron en Mira los obispos de la provincia para dar sucesor a aquella iglesia. No se convenían en la elección, cuando uno de los más santos de la asamblea, inspirado de Dios, dijo que el Señor quería que eligieran por obispo de Mira a un sacerdote que la mañana siguiente iría el primero a la iglesia. Nuestro Santo fue este elegido de Dios; pues sin saber nada de lo que pasaba, fue al amanecer a la iglesia a hacer oración, según costumbre. Todos quedaron gustosamente sorprendidos cuando vieron al presbítero Nicolás; el cual, queriendo escaparse de sus manos, fue detenido, y entre las aclamaciones públicas del pueblo y de todo el clero fue consagrado obispo. Al fin de la consagración, una mujer, rompiendo por entre la muchedumbre, fue a arrojarse a sus pies, presentándole un hijo joven que, habiendo caído en el fuego, fue sofocado por las llamas. El nuevo prelado, habiendo hecho la señal de la cruz sobre el difunto, le resucitó en presencia de todo el concurso.
Viéndose colocado en la Silla episcopal, se aplicó a cumplir con todas las obligaciones de un buen prelado, y a adquirir con perfección todas las virtudes de un santo obispo, para lo cual pasaba casi toda la noche a los pies de los altares, orando por sí y por su pueblo. Nunca ofrecía el divino Sacrificio que su rostro no pareciese inflamado de aquel fuego sagrado de que estaba abrasado su corazón. Su fervor crecía con sus días, y su solicitud pastoral se extendía generalmente a todas las necesidades de su pueblo. Sus rentas solo servían para los pobres. No se le hallaba sino en la iglesia, en las cárceles y en los hospitales a la cabecera de los enfermos. Encargado de distribuir el pan de la divina palabra a su pueblo, lo hacía con tanto fruto y con tan feliz suceso, que en menos de un año mudó de aspecto toda la diócesis. Sus austeridades crecían con sus trabajos: desde el principio de su vida había ayunado dos días a la semana; de joven ayunaba tres; pero después que fue obispo los ayunaba todos.
Habiendo el emperador Licinio renovado la persecución de Diocleciano, envió ministros a Mira para restablecer la idolatría. San Nicolás hizo ver al mundo en esta ocasión que un Santo nunca parece más grande que cuando tiene poder por la religión. Su celo se manifestó en todas las necesidades de su pueblo, y el deseo que tenía del martirio le hizo menospreciar las amenazas de los ministros del Emperador. Fue, por último, condenado a un destierro y cargado de cadenas por Jesucristo. Sufrió en el destierro toda especie de malos tratamientos, despedazándole todos los días a golpes de varas y de correas. Pero, habiendo sido derrotado Licinio por el gran Constantino, volvió triunfante a su Iglesia, y su viaje fue una serie continuada de insignes conversiones y de milagros.
La bofetada de San Nicolás a Arrio en Nicea
Si se mostró tan celoso contra los idólatras, no lo fue menos contra los arríanos. Asistió al primer concilio Niceno, donde resplandeció como uno de los más generosos confesores de Jesucristo y como uno de los más grandes prelados de la Iglesia. El número de los milagros que Dios obró por su intercesión es tan prodigioso, que con razón se ha llamado en todos tiempos el Taumaturgo de su siglo. San Buenaventura escribe que resucitó en Mira dos estudiantes que habían sido asesinados. El mismo milagro hizo con tres niños que habían sido cruelmente degollados y cuyos cuerpos habían sido encerrados en una cuba. Esto es lo que pretenden representar los pintores cuando le pintan con tres niños pequeños a sus pies. En una terrible hambre se vieron multiplicar entre sus manos los pequeños pedazos de pan, hasta saciar una muchedumbre innumerable del pueblo.
Su caridad para con todos los desventurados fue siempre en parte el carácter y distintivo de este santo obispo. Estando un día con tres maestres de campo a la puerta de la ciudad, le vinieron a decir que se iba a ejecutar la muerte de tres aldeanos inocentes. Corre al lugar donde debía hacerse la ejecución, encuentra a los tres pacientes ya sobre el cadalso con los ojos vendados, y el verdugo en acción de irles a cortar la cabeza: le quita el sable con una osadía que solo podía ser efecto de la santidad y, diciendo al juez que él sabía la inocencia de aquellas pobres víctimas de su avaricia y de sus atropellamientos, le amenaza con la justicia del Emperador, y pone en libertad a los tres hombres.
Los maestres de campo, que habían sido testigos de todo lo que había pasado, aún no habían llegado a Constantinopla cuando fueron acusados por la más negra calumnia de haber entrado en una conspiración contra el Estado y condenados, como reos de lesa majestad, a perder la vida. En un lance tan apurado se acordaron de lo que habían visto en Mira: invocan al Santo, aunque ausente y, después de Dios, ponen en él toda su confianza. Al mismo tiempo que hacían su plegaria, que era la noche que precedía al día de la ejecución, se apareció en sueños San Nicolás al emperador Constantino y le amenazó con la indignación de Dios si no revocaba el decreto que había expedido contra los tres oficiales inocentes y al mismo tiempo se apareció a Alabio, su primer ministro, intimándole la misma amenaza. Apenas amaneció envió el Emperador a buscar a los tres oficiales, les declaró su visión, y les absolvió de su pretendido delito. Casi al mismo tiempo, viéndose unos navegantes en peligro de naufragar en una furiosa borrasca, imploran el socorro del Santo: al punto se les aparece visiblemente en la embarcación, echa la mano al timón y los conduce al puerto de Mira.
Tantos prodigios hicieron tan célebre el nombre del Santo en todo el Universo, en donde la fama había ya hecho tan insigne su santidad. Finalmente, el Señor quiso recompensar su virtud y sus trabajos: le dio a conocer el día y la hora de su muerte. Esta revelación le llenó de gozo y, después de haberse despedido de su pueblo, al fin de su Misa pontifical, se retiró al monasterio de Sión, donde después de una corta enfermedad, en que se hizo administrar los últimos sacramentos, entregó su espíritu a Dios, en medio de muchos ángeles, que se dejaron ver de los que estaban en su cuarto. Sucedió esta muerte preciosa el día 6 de diciembre, hacia el año 327; no se sabe en qué año de su edad.
Fue enterrado en la iglesia del monasterio en un sepulcro de mármol, y desde entonces salió de su sepulcro un licor milagroso que curaba todo género de enfermedades. El emperador Justiniano edificó a honra suya una soberbia iglesia, la que Basilio reparó con magnificencia el año 1087. Estando los turcos saqueando toda la Licia, fue transportado este santo cuerpo a Bari de la Pulla, en Italia, donde se conserva con gran veneración en una iglesia de las más suntuosas, en la que su sepulcro es cada día más glorioso, por los innumerables milagros que se obran en él todos los días, y por esta razón se le conoce también por San Nicolás de Bari.
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JACULATORIAS
Inflamad, Señor, mi corazón en el amor de vuestra santa Ley, y haced que os sirva con desinterés y con fervor.—Ps. 118.
Abrasad, Señor, mi corazón y llenadle de un santo fervor en vuestro servicio.—Ps. 25.
Propósitos
Fuente: Las historias de las vidas de los santos fueron transcritas del libro “Año cristiano o Ejercicios devotos para todos los días del año” del padre Juan Croisset (1656-1738) de la Compañía de Jesús; traducido al castellano por el padre José Francisco de Isla (1703-1781) de la Compañía de Jesús. Publicado en el siglo XIX.
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