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Historias personales sobre el Padre Pío
El Padre Pío habló con una mujer que recién había enviudado; su esposo la había dejado junto con sus dos hijos para irse a vivir con otra mujer por más de tres años. Repentinamente el cáncer le arrebató la vida. Consintió en recibir los últimos sacramentos antes de su muerte, después de muchas súplicas insistentes.
Otra mujer le dijo a su novio que no podría casarse con él hasta que él se decidiera a regresar a la Iglesia. Molesto y cínico, accedió a ir con ella al monasterio del Padre Pío. Fueron juntos a la misa más temprana. Durante la Misa la muchacha se quedó sorprendida al ver cómo su novio se quedaba viendo el altar, pálido y como sobresaltado. “¿Esto ocurre a diario?”, le dijo a ella silenciosamente. “Sí”, respondió ella perpleja, ignorante de la razón de su rara pregunta. Solo después, cuando salieron de la Iglesia fue que él le explicó claramente su reacción. Él había visto un montón de espinas sobre la cabeza del Padre Pío, y sangre que le corría por su rostro; y pensaba que todos estaban viendo lo que él veía[2].
Un día un sacerdote le llevó al Padre Pío una pareja de esposos para que los bendijera. Tres de sus hijos estaban en la prisión por robo. El Padre Pío les dijo:
Alberto Del Fante era un periodista que despreciaba al Padre Pío. Lo denunciaba en sus revistas como un charlatán que se aprovechaba de la gente crédula. Unos años después, el nieto de Del Fante, Enrico, cayó con una enfermedad renal y tuberculosis. Los médicos tenían pocas esperanzas de que Enrico se recuperara. Los parientes de Enrico viajaron a ver al Padre Pío y le pidieron que rezara por él. El Padre Pío les aseguró que el muchacho se recuperaría. Desesperado e inquietísimo, el mismo Del Fante dijo: “Si Enrico se recupera, yo mismo haré peregrinación a San Giovanni Rotondo”. Estaba convencido de que nada pasaría, pero el muchacho se curó. Del Fante se quedó profundamente conmovido por este milagro, y fue a ver al Padre Pío que lo ayudó a regresar a Dios. Después de la conversión de Del Fante, él se convirtió en un dedicado promotor del Padre Pío[4].
Una mujer cuya hija había muerto recientemente en un parto fue donde el Padre Pío. La mujer no podía pensar en otra cosa más que en el fallecimiento de su hija. El Padre Pío le dijo: “¿Y por qué lloras tanto por ella cuando ya está en el paraíso? Harías mejor en poner más atención a las actividades de tu hija de diecisiete años que llega tarde en la noche de los bailes y entretenciones”[5].
Un joven de Roma se avergonzaba de su costumbre de inclinar su sombrero cuando pasaba frente de una iglesia católica. Tenía miedo de que sus amigos se burlaran de él. Pero una vez escuchó la voz del Padre Pío en su oído diciendo: “cobarde”. Después, conoció al Padre Pío en persona y sin decirle nada el Padre Pío le dijo, “¡Para la próxima vez será una caja de sonido en el oído!”.
Una señora anciana le dijo al Padre Pío: “Padre, hoy cumplo sesenta. Dígame algo bonito”. El Padre Pío le dijo en voz baja: “Se acerca la muerte”[6].
Una vez en que el Padre Pío se acercaba al altar le dijo a un hombre que tomaba fotografías que no tomara más de una o dos fotos durante la misa. La persona estuvo de acuerdo, pero luego tomó dos rollos enteros. Todas salieron en blanco[7].
Un doctor tomó una sola foto del Padre Pío, y luego decidió que tomaría más fotos. Cuando el doctor ajustaba su cámara y estaba a punto de tomar una más, el Padre Pío le dijo: “¡No, doctor; no más fotografías, por favor!”. “¡Claro Padre, disculpe!”. Y luego el doctor procedió a tomar una tras otra. Todas salieron en blanco, excepto aquella foto que el doctor tomo antes que se le prohibiera[8].
Cesare Festa era un abogado y primo del médico personal del Padre Pío. Festa decidió ir y ver al famoso sacerdote de quien su primo le había hablado tanto. Cuando se conocieron, el Padre Pío le dijo, “Tu eres masón”. En una expresión arrogante de lealtad a la logia, Festa dijo: “Sí, Padre”. “¿Y cuál es tu tarea como masón?” le preguntó el Padre Pío. “Luchar contra la Iglesia en la esfera política”, replicó Festa. El Padre Pío le dijo entonces a Festa cosas que lo convencieron de que el Padre Pío no podía haber tenido conocimiento de él y de su pasado excepto por medios sobrenaturales[9].
Un comunista se acercó al Padre Pío y comenzó a hablarle. El Padre Pío lo interrumpió diciendo, “¿Me permite ver su tarjeta de membresía?”. El hombre tomó su cartera y se la dio. El Padre Pío tomó la tarjeta y la rompió en pedazos[10].
Una vez el Padre Pío le dijo a un hombre llamado Antonio, “¿Cómo puedes llamarte católico y comunista al mismo tiempo? Elija ya. O es lo uno o lo otro, pero no los dos”. Estas palabras sacudieron a Antonio, y lo hicieron renunciar al comunismo y regresar a la fe católica[11].
Giovanni da Prato era taxista y un comunista violento. Cuando se emborrachaba, da Prato a veces golpeaba a su esposa. Una tarde él había hecho justamente eso, y estaba tambaleándose en su cuarto, y se lanzó sobre la cama. En aquel instante, empezó a sentir que la cama se sacudía fuertemente desde la base inferior de la cama, y mirando asombrado hacia abajo vio a un fraile sosteniendo la base y que lo miraba con enojo. El fraile le dijo claramente lo que pensaba de él [de Prato] y de su comportamiento, y luego desapareció. El violento comunista Giovanni se levantó de su cama, rápidamente cerró con llave la puerta, y le gritó a su esposa: “Ahora bien, ¿dónde está ese tal monje?”.
Dejando a un lado sus negaciones y protestas, Giovanni buscó por toda la casa y no encontró a nadie. Pasado algún tiempo, recuperó suficientemente la sobriedad como para convencerse de la paciencia de su esposa. Su esposa le había rezado al Padre Pío para que la ayudase; se preguntaba si lo que había sucedido era la respuesta a sus oraciones. Le dijo a su esposo que ella creía que era el Padre Pío quien se le apareció en el cuarto. Giovanni dijo severamente, “Mira, ningún monje se burla de mí. Voy a ir a ver a este Padre Pío tuyo y oír lo que él tiene que decir por sí mismo. ¡También sabré si puede volar!”.
Algunos días después, fiel a sus palabras, Giovanni hizo un largo viaje en su taxi para ver al Padre Pío. Llegó y encontró al Padre Pío. Luego de reconocerlo, le habló. Se quedó totalmente sorprendido y el Padre Pío lo llevo a la confesión. Después de su confesión, Giovanni admitió: “Lo que había olvidado, él me lo hizo recordar. Estaba llorando…”. Al final de su confesión, Giovanni sacó su tarjeta de membresía del partido comunista y le pidió al Padre Pío que la destruyera. “Sí, lo haré. Pero tienes otras de estas tarjetas en tu ropero cerca de la cabecera de la cama. Destruye esas también cuando llegues a casa”. El Padre Pío luego le dijo, “Has dado un gran escándalo, y ahora debes hacer algo para pagar por ello. Como penitencia irás todos los domingos a la Santa Comunión en la última misa en la iglesia principal hasta cuándo yo te diga que pares”. En aquellos días, la regla del ayuno era de abstenerse de toda comida sólida desde la media noche hasta la Santa Comunión. Giovanni tuvo que hacer esto durante gran parte del año. Él era una figura importante entre sus compañeros comunistas, pero ahora solo era regularmente un “santo común y corriente”. Él desafiaba a algunos de los comunistas que conocía diciéndoles: “¿Por qué no vienen conmigo y ven cómo les va?”. Mes tras mes los comunistas iban a ver al Padre Pío; siempre se impresionaban y a veces se convertían[12].
Un hombre llamado Francis escribió en la revista oficial del Padre Pío relatando cómo el Padre Pío le había ayudado. Él escribió: “Como pueden ver del domicilio de arriba, estoy en una prisión en Inglaterra. He estado aquí por cinco años… No se preocupen que no culpo a nadie, excepto a mí mismo por estúpido. Sí, yo soy el culpable… Yo soy alcohólico y ahí fue donde comenzó todo el problema… Una noche estaba durmiendo y soñé con el Padre Pío, advirtiéndome que si no paraba de beber terminaría con muchos problemas. Pues no le puse mucha atención al sueño y hoy en día estoy en una prisión, sentenciando a cadena perpetua… No entraré en detalles, pero aún sigo rezando mi rosario y por supuesto mi novena al mismo buen hombre”[13].
Otra historia interesante enviada a la revista es la del R. Van Gisbergen: “Soy un hombre de Holanda de veintiochos años de edad… De pequeño estaba en contra de todo tipo de religiosidad. Mis padres me llevaban a la iglesia los domingos, pero cuando tenía la oportunidad trataba de escaparme. Sí, algo en mí estaba en contra de Dios. Mi vida estaba llena de todo tipo de pecados contra Dios… En esa época a veces trataba de suicidarme y estaba lleno de odio contra mí mismo, contra las personas y contra el mundo… El 23 de septiembre de 1988, el diablo se me apareció en un sueño y yo tenía mucho miedo. Antes de este sueño no creía ni en Dios ni en el diablo. El diablo se me apareció en la forma de cabezas de perros y dragones con lenguas llenas de sangre. Estaba en verdadero pánico. Luego vino un monje con una barba y un hábito café. Me dijo: ‘¡No temáis hijo mío, yo te protegeré por el Dios todopoderoso!’. E inmediatamente desperté y había en mí un gozo y felicidad inexplicables…
Notas:
[1] Dorothy Gaudiose, Prophet of the People, p. 158.
[2] John McCaffery, Blessed Padre Pio, p. 80.
[3] P. John A. Schug, Padre Pio, p. 133.
[4] Bert Ghezzi, Mystics & Miracles, p. 79.
[5] Clarice Bruno, Roads to Padre Pio, p. 190.
[6] P. John A. Schug, Padre Pio, p. 118.
[7] John McCaffery, Blessed Padre Pio, p. 30.
[8] John McCaffery, Blessed Padre Pio, p. 40.
[9] Padre Pio, The Wonder Worker, p. 31.
[10] Dorothy Gaudiose, Prophet of the People, p. 217.
[11] P. John A. Schug, Padre Pio, p. 131.
[12] John McCaffery, Blessed Padre Pio, pp. 29-30.
[13] P. Alessio Parente, God’s Graces Through Padre Pio’s Intercession, vol. 2, pp. 331-332.
[14] P. Alessio Parente, God’s Graces Through Padre Pio’s Intercession, vol. 2, pp. 493-494.
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