Los Padres de la Iglesia primitiva
El bautismo de deseo y el bautismo de sangre – Tradiciones erróneas de los hombres
En este documento, he demostrado que la Iglesia católica enseña infaliblemente que el sacramento del bautismo es necesario para la salvación. También he demostrado que sólo por la recepción del sacramento del bautismo es que uno se incorpora a la Iglesia católica, fuera de cual no hay salvación. También he demostrado que la Iglesia católica enseña infaliblemente que las palabras de Jesucristo en Juan 3, 5 – En verdad, en verdad te digo, que quien no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios – deben ser entendidas literalmente: según están escritas. Esta es la enseñanza infalible de la Iglesia y excluye cualquier posibilidad de salvación sin haber renacido del agua y del Espíritu Santo. Sin embargo, a través de la historia de la Iglesia, muchos han creído en las teorías llamadas bautismo de deseo y bautismo de sangre, esto es, que el deseo por el sacramento del bautismo o el martirio de por la fe suple la falta de renacer del agua y del Espíritu Santo. Aquellos que creen en el bautismo de sangre y en el bautismo de deseo plantean algunas objeciones a la necesidad absoluta de recibir el sacramento del bautismo para la salvación. Por consiguiente, con el fin de ser exhaustivo, responderé a todas las principales objeciones hechas por los defensores del bautismo de deseo y del bautismo de sangre, y en el proceso, voy a dar una visión general de la historia de los errores del bautismo de deseo y del bautismo de sangre. Al hacer esto, demostraré que ni el bautismo de sangre, ni el bautismo de deseo son una enseñanza de la Iglesia católica.
LOS PADRES SON UNÁNIMES DESDE EL PRINCIPIO SOBRE EL BAUTISMO DE AGUA
En el primer milenio de la Iglesia vivieron cientos de hombres santos que son llamados “Padres de la Iglesia”. Tixeront, en su obra Handbook of Patrology [Manual de la Patrología], abarca más de quinientos cuyos nombres y escritos han llegado hasta nosotros[1]. Los Padres (o los primeros prominentes escritores cristianos católicos) desde el principio son unánimes en que nadie entra en el cielo o se libera del pecado original sin el bautismo en agua.
En la carta de Bernabé, de fecha tan temprana como el año 70 d.C., se lee:
“… nosotros bajamos al agua rebosando pecados y suciedad, y subimos llevando fruto en nuestro corazón…”[2].
En 140 d.C., el Padre primitivo de la Iglesia, Hermas, cita a Jesús en Juan 3, 5, y escribe:
“Ellos tenían que salir a través del agua, para que pudieran recibir la vida; porque de otro modo no habrían podido entrar en el reino de Dios”[3].
Esta afirmación es obviamente una paráfrasis de Juan 3, 5; lo que demuestra que, desde el comienzo de la era apostólica, era creído y enseñado por los Padres que nadie podía entrar en el cielo sin haber renacido del agua y del Espíritu fundamentándose específicamente en la declaración de nuestro Señor Jesucristo en Juan 3, 5.
En 155 d.C., el mártir San Justino escribe:
“… los llevamos a un lugar donde hay agua, y allí ellos renacen del mismo modo de renacimiento en que renacimos (…) en el nombre de Dios, (…) ellos reciben el lavatorio de agua. Porque Cristo dijo: ‘Si no renaciereis, no entraréis en el reino de los cielos’. La razón para hacer esto lo aprendimos de los apóstoles”[4].
Nótese que San Justino Mártir, como Hermas, también cita las palabras de Jesús en Juan 3, 5, y, en base a las palabras de Cristo, enseña que es de la tradición apostólica que nadie en absoluto puede entrar al cielo sin haber renacido del agua y del Espíritu Santo en el sacramento del bautismo.
En su diálogo con el judío Trifón, también el 155 d.C., San Justino Mártir escribe:
“… apresuraos en aprender de qué forma obtendrás el perdón de los pecados y una esperanza de la herencia. No hay otra manera que esta: reconocer a Cristo, ser lavado en el lavatorio anunciado por Isaías [el bautismo]…”[5].
En 180 d.C., San Ireneo escribe:
“… dando a los discípulos el poder de la regeneración en Dios, Él les dijo: ’Id y enseñad a todas las naciones, bautizándolas’ (…) Al igual que el trigo seco sin humedad no puede convertirse en masa o pan, así también, nosotros, siendo muchos, no podemos ser uno en Jesucristo, sin el agua del cielo (…) Nuestros cuerpos logran la unidad a través del lavado (…) las almas, sin embargo, por medio del Espíritu. Ambos son, pues, necesarios”[6].
Aquí vemos de nuevo un claro anuncio de la tradición constante y apostólica de que nadie se salva sin el sacramento del bautismo, nada menos que del gran padre apostólico San Ireneo, en el siglo segundo. San Ireneo conoció a San Policarpo y San Policarpo conoció al mismo apóstol San Juan.
En 181 d.C., San Teófilo continúa la tradición:
“… aquellas cosas que fueron creadas de las aguas fueron bendecidas por Dios, para que esto pudiera ser también un signo de que los hombres en el futuro recibirán el arrepentimiento y el perdón de los pecados a través del agua y el baño de la regeneración…”[7].
En 203 d.C., Tertuliano escribe:
“… de hecho, está prescrito que nadie puede alcanzar la salvación sin el bautismo, especialmente en vista de la declaración del Señor, que dice: ‘Si uno no renaciere del agua y del Espíritu Santo no entrará en el reino de los cielos’ [Juan 3, 5]…”[8].
Nótese cómo Tertuliano afirma la misma tradición apostólica de que nadie se salva sin el bautismo en agua basada en las palabras de Jesús mismo.
Tertuliano escribe además en 203 d.C.:
“Un tratado sobre nuestro sacramento de agua, por el cual son lavados los pecados de nuestra ceguera anterior (…) ni podemos ser salvos de otra manera, sino permaneciendo permanentemente en el agua”[9].
El bautismo también se ha llamado desde los tiempos apostólicos el sello, el signo y la iluminación, porque sin este sello, signo o iluminación a nadie se le perdona el pecado original o es signado como miembro de Jesucristo.
“Es Dios quien a nosotros y a vosotros nos confirma en Cristo, nos ha ungido, nos ha signado y ha depositado las arras del Espíritu en nuestros corazones (2 Cor. 1, 21-22)”.
Ya en 140 d.C., Hermas había enseñado esta verdad – que el bautismo es el sello – transmitida por los Apóstoles de Jesucristo.
Hermas, 140 d.C.: “… antes que un hombre lleve el nombre del Hijo de Dios, está muerto; pero cuando recibe el sello, deja a un lado la mortalidad y recibe de nuevo la vida. El sello, por tanto, es el agua. Ellos se sumergen muertos en el agua y salen vivos de ella”[10].
En la famosa obra titulada La Segunda Epístola de Clemente a los Corintios, 120-170 d.C., Hermas dice:
“Para aquellos que no han llevado el sello del bautismo, ‘su gusano no morirá, y su fuego no se extinguirá’”.[11]
San Efraín, 350 d.C.:
“… somos ungidos en el bautismo, por el que tenemos su sello”[12].
San Gregorio de Nisa, 380 d.C.:
“¡Apresuraos, oh ovejas, hacia el signo de la cruz y el sello [bautismo], que os salvará de vuestra miseria!”[13].
San Clemente de Alejandría, 202 d.C.:
“Cuando somos bautizados, somos iluminados. Al ser iluminados, somos adoptados como hijos (…) Esta obra se llama indistintamente gracia, iluminación, perfección, lavado. Se trata de un lavado por la que somos limpiados de los pecados…”[14].
Orígenes, 244 d.C.:
“La Iglesia ha recibido de los Apóstoles la tradición de dar el bautismo, incluso a los niños (…) en todos están las manchas innatas del pecado, que deben ser lavadas por el agua y el Espíritu”[15].
San Afraates, el mayor de los Padres sirios, escribe en el 336 d.C.:
“Esta, entonces, es la fe: que el hombre cree en Dios (…) en su Espíritu (…) en su Cristo (…) También, que el hombre cree en la resurrección de la muerte, y, además, cree en el sacramento del bautismo. Esta es la creencia de la Iglesia de Dios”[16].
Además, el mismo Padre sirio escribe:
“Pues por el bautismo recibimos el Espíritu de Cristo (…) Porque el Espíritu está ausente de todos los que han nacido de la carne, hasta que lleguen a las aguas del renacimiento”[17].
Aquí vemos, en los escritos de San Afraates, la misma enseñanza de la tradición sobre la necesidad absoluta del bautismo de agua para la salvación, basada en las palabras de Cristo en Juan 3, 5.
San Cirilo de Jerusalén, 350 d.C.:
“Él dice, ’El que no renaciere’ – y agrega las palabras ‘del agua y del Espíritu’ – no podrá entrar en el reino de Dios… si un hombre es virtuoso en sus actos, pero no recibe el sello a través del agua, no entrará en el reino de los cielos. Un dicho audaz, pero no el mío, porque es Jesús el que lo ha declarado”[18].
Vemos que San Cirilo continúa la tradición apostólica de que nadie entra al cielo sin haber renacido del agua y del Espíritu; nuevamente en una comprensión absoluta de las propias palabras de nuestro Señor en Juan 3, 5.
San Basilio Magno, 355 d.C.:
“¿De dónde es que somos cristianos? A través de la fe, responderán todos. ¿Cómo somos salvos? Renaciendo en la gracia del bautismo (…) Porque es la misma pérdida para cualquiera que deja esta vida sin haber sido bautizado, que recibir un bautismo en que se ha omitido alguna cosa que ha sido trasmitida”[19].
San Gregorio de Elvira, 360 d.C.:
“Cristo es llamado la Red, porque a través de Él y en Él la diversa multitud de los pueblos son reunidos del mar del mundo, a través del agua del bautismoy en la Iglesia, de donde se hace una diferencia entre el bueno y el malo”[20].
San Efraín, 366 d.C.:
“Esto es lo que profesa la sagrada Iglesia católica. En esta misma Santísima Trinidad ella bautiza hacia la vida eterna”[21].
Papa San Dámaso, 382 d.C.:
“Esta, entonces, es la salvación de los cristianos: creer en la Trinidad, es decir, en el Padre, y en el Hijo y en el Espíritu Santo, y bautizados en ella…”[22].
San Ambrosio, 387 d.C.:
“… nadie asciende al reino de los cielos, sino por el sacramento del bautismo”[23].
San Ambrosio, 387 d.C.:
“‘Quien no renace del agua y del Espíritu Santo, no podrá entrar el reino de Dios’. Nadie está exento: ni el infante, ni el que está impedido por alguna necesidad”[24].
San Ambrosio, De mysterii, 390-391 d.C.:
“Habéis leído, por tanto, que los tres testigos en el bautismo son uno: el agua, la sangre y el espíritu, y si se retira uno de ellos, el sacramento del bautismo no es válido. Porque, ¿qué es el agua sin la cruz de Cristo? Un elemento común sin ningún efecto sacramental. Por otra parte, tampoco hay misterio alguno de la regeneración sin el agua: porque ‘si no renacéis del agua y el Espíritu, no podéis entrar en el reino de Dios’ [Juan 3, 5]. Hasta un catecúmeno cree en la cruz del Señor Jesús, por la cual él también es signado, pero, a menos que fuere bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, no puede recibir la remisión de los pecados ni ser beneficiario del don de la gracia espiritual”[25].
San Juan Crisóstomo, 392 d.C.:
“¡Llorad por los incrédulos; llorad por los que no difieren de ellos un ápice, aquellos que van, por lo tanto, sin iluminación, sin el sello! (…) Ellos están fuera de la magnífica ciudad (…) con los condenados. ‘En verdad, os digo, que quien no renace del agua y el Espíritu, no entrará en el reino de los cielos’”[26].
San Agustín, 395 d.C.:
“… Dios no perdona los pecados, excepto a los bautizados”[27].
Papa San Inocencio, 414 d.C.:
“Puesto que vuestra fraternidad hace valer la predicación de los pelagianos, de que incluso sin la gracia del bautismo los niños pueden ser premiados con las recompensas de la vida eterna, es bastante estúpido”[28].
Papa San Gregorio Magno, 590 d.C.:
“El perdón del pecado se nos ha dado únicamente por el bautismo de Cristo”[29].
Teofilacto, patriarca de Bulgaria, 800 d.C.:
“El que creyere y fuere bautizado, será salvo. No basta creer; el que cree, y aún no está bautizado, sino sólo es un catecúmeno, aún no ha adquirido la salvación”[30].
Podrían citarse muchos otros pasajes de los Padres, sin embargo es un hecho que los Padres de la Iglesia son unánimes desde el comienzo de la era apostólica – basados en las palabras de Jesucristo en Juan 3, 5 –, de que nadie en absoluto puede ser salvo sin recibir el sacramento del bautismo. El eminente erudito patrístico, el P. William Jurgens, quien literalmente ha leído miles de textos de los Padres (a pesar que cree en el bautismo de deseo), en sus tres volúmenes sobre los Padres de la Iglesia, se vio obligado a admitir lo siguiente:
P. William Jurgens: “Si no hubiese una tradición constante en los Padres de que el mensaje evangélico de ‘Quien no renaciere del agua y el Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios’ debe ser tomado en absoluto, sería fácil decir que nuestro Salvador simplemente no consideró oportuno mencionar las excepciones obvias de la ignorancia invencible y de la imposibilidad física. Pero la tradición, de hecho está ahí, y es bastante probable que se encuentre tan constante como para constituir revelación”[31].
El eminente erudito P. Jurgens está admitiendo aquí tres cosas importantes:
- Los padres son constantes en su enseñanza de que Juan 3, 5 es absoluta y sin excepciones, es decir, absolutamente nadie entra en el cielo sin haber renacido del agua y del Espíritu;
- Los padres son tan constantes en este punto que probablemente constituye revelación divina, sin siquiera considerar la enseñanza infalible de los Papas;
- La enseñanza constante de los Padres, de que todos deben recibir el bautismo de agua para la salvación – a la luz de Juan 3, 5 –, excluye las excepciones para los casos de “ignorancia invencible” o “imposibilidad física”.
Y basada en esta verdad, declarada por Jesucristo en el Evangelio (Juan 3, 5), trasmitida por los Apóstoles y enseñada por los Padres, la Iglesia católica – como ya hemos visto – ha definido infaliblemente como dogma que absolutamente nadie entra en el cielo sin el sacramento del bautismo.
Papa Paulo III, Concilio de Trento, sesión 7, can. 5 sobre el sacramento del bautismo, ex cathedra: “Si alguno dijere que el bautismo [el sacramento] es libre, es decir, no necesario para la salvación, sea anatema”[32].
Pero, como ocurre con muchas otras materias, no todos los Padres permanecían consistentes en sus propias afirmaciones acerca de la necesidad absoluta del bautismo de agua para la salvación.
NO TODOS LOS PADRES SE MANTENÍAN SIEMPRE CONSISTENTES CON SUS PROPIAS AFIRMACIONES Y LA TRADICIÓN UNIVERSAL SOBRE LA NECESIDAD ABSOLUTA DEL BAUTISMO DE AGUA
A pesar que existe desde el principio una tradición constante de que en absoluto no hay salvación sin el bautismo de agua, no todos los Padres fueron siempre consistentes con sus propias afirmaciones sobre este punto. Y ahí es donde nos topamos con las teorías del “bautismo de sangre” y del “bautismo de deseo”, cada una de las cuales se discutirá en su momento. Pero hay que entender que los Padres de la Iglesia en muchos aspectos se equivocaban y eran inconsistentes con sus propias enseñanzas y la tradición apostólica; ya que eran hombres falibles que cometieron algunos errores.
P. William Jurgens: “… hay que destacar que un texto patrístico particular [una declaración particular de un Padre] en ningún caso debe considerarse como una ‘prueba’ de una doctrina particular. Los dogmas no se ‘prueban’ por las declaraciones patrísticas, sino por los instrumentos de la enseñanza infalible de la Iglesia. El valor de los Padres y escritores es este: que en su conjunto [es decir, en su totalidad], ellos demuestran lo que la Iglesia cree y enseña; y además, en su conjunto [en su totalidad], ellos dan un testimonio del contenido de la tradición, esa tradición que es en sí misma un vehículo de la revelación”[33].
Los Padres de la Iglesia sólo son testigos ciertos de la tradición cuando expresan un punto creído universal y constantemente o cuando expresan algo que está en consonancia con el dogma definido. Pero, tomados individualmente o incluso de a varios, existe la posibilidad que ellos puedan estar equivocados o incluso ser peligrosos en algunas opiniones. San Basilio Magno dijo que el Espíritu Santo está en segundo orden y dignidad después del Hijo de Dios en un intento fallido e incluso herético de explicar la Santísima Trinidad.
San Basilio, 363: “El Hijo no está, sin embargo, en segundo lugar al Padre en naturaleza, porque la divinidad es una en cada uno de ellos, y claramente también, en el Espíritu Santo, aun cuando en el orden y la dignidad, Él es segundo al Hijo (¡sí, esto lo admitimos!), aunque no de esa manera, es claro, que Él sea de otra naturaleza”[34].
Cuando San Basilio dice aquí que la divinidad es una en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, él está afirmando la tradición universal y apostólica de manera correcta. Pero cuando dice que el Espíritu Santo es el segundo en dignidad, deja de seguir siendo coherente con esta tradición y cae en el error (de hecho, en herejía material). Y es un hecho que los Padres cometieron varios errores al tratar de defender o expresar la fe.
San Agustín escribió un libro entero de correcciones. San Fulgencio y una multitud de otros, entre ellos San Agustín, declaró que él estaba seguro que los niños que mueren sin el bautismo descienden a los fuegos del infierno, una posición que más tarde fue condenada por el Papa Pío VI. El Papa Pío VI confirmó que los niños no bautizados van al infierno, pero van un lugar en el infierno donde no hay fuego[35].
Pero San Agustín era tan abierto a favor de este error que se convirtió en la enseñanza común y básicamente incuestionada durante más de 500 años, según la Enciclopedia Católica.
Enciclopedia Católica, vol. 9, “Limbo”, p. 257: “Sobre la cuestión especial, sin embargo, del castigo del pecado original después de la muerte, San Anselmo junto con San Agustín consideraba que los niños no bautizados compartían los sufrimientos positivos de los condenados, y Abelardo fue el primero en rebelarse contra la severidad de la tradición agustiniana sobre este punto”[36].
Por esta razón es que los católicos no forman conclusiones doctrinarias definitivas a partir de la enseñanza de un Padre de la Iglesia o de un puñado de Padres. Un católico debe seguir la enseñanza infalible de la Iglesia, proclamada por los Papas, y un católico debe asentir a la enseñanza de los Padres de la Iglesia cuando ellos se encuentran en conformidad universal y constante desde el principio y de acuerdo con la enseñanza católica dogmática.
Papa Benedicto XIV, Apostolica, # 6, 26 de junio de 1749: “La sentencia de la Iglesia es preferible a la de un Doctor conocido por su santidad y enseñanza”[37].
Papa Alejandro VIII, Contra los errores de los jansenistas, # 30: “Siempre que uno hallare una doctrina claramente fundada en Agustín, puede mantenerla y enseñarla absolutamente, sin mirar a bula alguna del Pontífice – Condenado”[38].
Papa Pío XII, Humani generis, # 21, 12 de agosto de 1950: “Y el divino Redentor no ha confiado, la interpretación auténtica de este depósito a cada uno de los fieles, ni aun a los teólogos, sino sólo al magisterio de la Iglesia”[39].
La Iglesia católica no reconoce infalibilidad en ningún santo, teólogo o Padre de la Iglesia primitiva. Sólo un Papa operante con la autoridad del magisterio está protegido por el Espíritu Santo de no enseñar error en la fe o las costumbres. Por tanto está demostrado cómo es 100% consistente con la enseñanza de la Iglesia (que siempre ha reconocido que todo eclesiástico, no importa cuán grande sea, puede cometer algunos errores, incluso importantes) el que algunos eclesiásticos hayan errado en los temas del bautismo de deseo y de sangre. Finalmente, después de lidiar con el bautismo de deseo y de sangre, voy a citar a un Papa, quien también es uno de los primeros Padres de la Iglesia, cuya enseñanza pone fin a todo el debate sobre el tema. Ahora voy a discutir el bautismo de sangre y el bautismo de deseo.
Notas:
[1] Tixeront, Handbook of Patrology [El Manual de la Patrología], St. Louis, MO: B. Herder Book Co., 1951.
[2] Jurgens, The Faith of the Early Fathers [La Fe de los Primeros Padres], Collegeville, MN, The Liturgical Press, 1970, vol. 1: 34.
[3] Jurgens, The Faith of the Early Fathers, vol. 1: 92.
[4] Jurgens, The Faith of the Early Fathers, vol. 1: 126.
[5] Jurgens, The Faith of the Early Fathers, vol. 1: 135a.
[6] Jurgens, The Faith of the Early Fathers, vol. 1: 219; 220.
[7] Jurgens, The Faith of the Early Fathers, vol. 1: 181.
[8] Jurgens, The Faith of the Early Fathers, vol. 1: 306.
[9] Jurgens, The Faith of the Early Fathers, vol. 1: 302.
[10] Jurgens, The Faith of the Early Fathers, vol. 1: 92.
[11] Apostolic Fathers [Padres Apostólicos], traducción inglesa de Kirsopp Lake, Cambridge MA: Harvard University Press, vol. 1, p. 139.
[12] Jurgens, The Faith of the Early Fathers, vol. 1: 712.
[13] Patrologiae Cursus Completus: Series Graecae, 46:417b, Fr. J.P. Migne, Paris: 1866; citado en The Only‐Begotten [El Unigénito], Michael Malone, edición inglesa, Monrovia, CA: Catholic Treasures, 1999, p. 175.
[14] Jurgens, The Faith of the Early Fathers, vol. 1: 407.
[15] Jurgens, The Faith of the Early Fathers, vol. 1: 501.
[16] Jurgens, The Faith of the Early Fathers, vol. 1: 681.
[17] Jurgens, The Faith of the Early Fathers, vol. 1: 683.
[18] Jurgens, The Faith of the Early Fathers, vol. 1: 810a.
[19] The Sunday Sermons of the Great Fathers, vol. 3, p. 10.
[20] Jurgens, The Faith of the Early Fathers, vol. 1: 899.
[21] The Sunday Sermons of the Great Fathers, vol. 2, p. 51.
[22] Jurgens, The Faith of the Early Fathers, vol. 1: 910r.
[23] Jurgens, The Faith of the Early Fathers, vol. 2: 1323.
[24] Jurgens, The Faith of the Early Fathers, vol. 2: 1324.
[25] Jurgens, The Faith of the Early Fathers, vol. 2: 1330.
[26] Jurgens, The Faith of the Early Fathers, vol. 2: 1206; The Nicene and Post‐Nicene Fathers [Los Padres de Nicea y post-Nicea], New York: Charles Scribner’s Sons, 1905, vol. XIII, p. 197.
[27] Jurgens, The Faith of the Early Fathers, vol. 3: 1536.
[28] Jurgens, The Faith of the Early Fathers, vol. 3: 2016.
[29] The Sunday Sermons of the Great Fathers, vol. 1, p. 89.
[30] The Sunday Sermons of the Great Fathers, vol. 2, p. 412.
[31] Jurgens, The Faith of the Early Fathers, vol. 3, pp. 14‐15 nota 31.
[32] Denzinger 861; Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 2, p. 685.
[33] Jurgens, The Faith of the Early Fathers, vol. 1, p. 413.
[34] Jurgens, The Faith of the Early Fathers, vol. 2: 940.
[35] Denzinger 1526.
[36] The Catholic Encyclopedia, Volume 9, “Limbo,” 1910, p. 257.
[37] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 29.
[38] Denzinger 1320.
[39] The Papal Encyclicals, vol. 4 (1939‐1958), pp. 178‐179.
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🤔 hola sí uno mismo no estuviera seguro y no tiene un acta de Bautismo legítima sí recibió el verdadero Bautismo de agua cuando era bebé como hace para saberlo con seguridad infalible si fue o no fue bautizado yo nací un 10 de Diciembre de 1992 nací en la época del novus ordo missae la falsa iglesia conciliar soy nacido en Costa Rica me da mucha incertidumbre no estar bautizado verdaderamente los que no están bautizados el que sea leí se van a condenar sin mueren así. 😱
En tales casos, En tales casos, se podría realizar un bautismo condicional una vez que la persona esté convencida de todos los puntos doctrinales. Por favor, consulte el resto del material y lea el siguiente artículo con respecto a los pasos de conversión y recepción de sacramentos válidos: https://www.vaticanocatolico.com/pasos-de-conversion-bautismo/