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Llegando los pecados a cierto número, Dios castiga y no perdona más
“No tentaras al Señor tu Dios” (Mateo 4, 7).
En el Evangelio de hoy leemos que, habiendo ido Jesucristo al desierto, permitió que el demonio le llevase sobre el pináculo o cimborio del templo, y allí le dijo: “Si eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo”, añadiéndole que los ángeles le tomarían en las palmas de sus manos para que no se hiciera daño. Pero el Señor, le respondió, que está escrito en la santa Escritura: “No tentarás al Señor tu Dios”. El pecador que se abandona al pecado sin querer resistir a las tentaciones, o al menos sin querer encomendarse a Dios para que le dé el auxilio necesario para resistirlas, esperando que el Señor le librará algún día de aquel precipicio, tienta a Dios para que haga milagros, o para que use con él una misericordia extraordinaria fuera del orden de las cosas. Dios quiere que todos los hombres se salven, como dice el Apóstol (1 Timoteo 2, 4); pero quiere también que nos valgamos de las medidas necesarias para salir de la esclavitud del enemigo, y que obedezcamos a Dios cuando nos llama a penitencia. Los pecadores oyen a Dios cuando los llama, pero se olvidan de Él bien presto y perseveran en sus pecados, aunque Dios no los olvida. Porque cuenta lo mismo las gracias que nos dispensa, que los pecados que nosotros cometemos; y cuando llega el tiempo prefijado por Él, nos priva de sus gracias y nos castiga. Esto es lo que quiero demostraros hoy en el presente discurso, a saber: que en llegando los pecados a cierto número, Dios castiga y no perdona ya. Préstame atención.
1 Dicen muchos santos Padres, san Basilio, san Jerónimo, san Ambrosio, san Juan Crisóstomo, san Agustín, y otros, que así como Dios tiene determinado el número de días de la vida, los grados de sanidad o de talento que quiere dar a cada hombre, según dice la Escritura: “Tú dispones todas las cosas con medida, número y peso” (Sabiduría 11, 21); así también tiene determinado el número de pecados quiere perdonar a cada uno, cumplido el cual, ya no perdona. San Agustín dice: “Conviene que meditemos que Dios tolera a cada uno, hasta que, llenada la medida, no le queda lugar de perdón” (De vita Christi, cap. 3). Lo mismo escribe Eusebio de Cesarea: “Dios espera que llenemos cierto número, y después nos abandona” (Lib. 8, cap. 2). Y lo mismo escriben los Padres arriba mencionados.
2 Dios está pronto a sanar a los que tienen voluntad de enmendar su vida, pero no puede compadecerse de los que viven obstinados en el pecado. Perdona los pecados, pero no puede perdonar el propósito de pecar. Nosotros no podemos reconvenir a Dios porque perdona cien pecados a uno, y quita la vida y condena al infierno a otro al tercero o cuarto pecado que comete. Acerca de esto es necesario adorar los juicios divinos y exclamar con el Apóstol: “¡Oh profundidad de los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios, cuán incomprensibles son tus juicios!” (Romanos 11, 33). El que es perdonado, dice san Agustín, lo es por la sola misericordia de Dios; y el que es castigado, lo es por la justicia. ¡A cuántos ha enviado Dios al infierno por el primer pecado que han cometido! San Gregorio escribe, que un niño de cinco años que tenía ya uso de razón fue llevado por los demonios al infierno, por haber dicho una blasfemia. A Benita de Florencia, gran sierva de Dios, reveló la Virgen María, que un muchacho de doce años se condenó por el primer pecado que cometió. Pero diréis vosotros: Yo soy joven, y hay muchachos que tienen más pecados que yo. ¿Y que se infiere de eso? ¿Está Dios obligado a esperarte si pecas, porque eres joven? En el Evangelio de san Mateo 21, 19, leemos que la primera vez que nuestro divino Salvador halló una higuera que no daba fruto, la maldijo diciendo: “¡Nunca más nazca ya fruto de ti!” y se secó. Es preciso temer pues de cometer un pecado mortal y mucho más cuando es el primero que se comete.
3 Dios dice: “Del pecado perdonado no quieras estar sin temor; ni añadas pecados a pecados” (Eclesiástico 5, 5). No digas, pues, pecador: así como Dios me perdonó los otros pecados, así también me perdonará este si lo cometo. No lo digas, porque si tu añades un pecado nuevo al pecado que ya se te perdonó, debes temer que este se una al primero, y que de este modo se complete el número y seas abandonado por Dios. Oye como lo explica más claramente la Escritura en otro lugar: “el Señor sufre ahora con paciencia para castigar a las naciones en el día del juicio, colmada que sea la medida de sus pecados” (2 Macabeos 6, 14). Dios, pues, espera con paciencia hasta el número prefijado; pero cuando se ha llenado el número, ya no espera más y castiga. Los pecadores amontonan pecados sobre pecados, sin contar el número de ellos; pero ya los cuenta Dios para castigarlos cuando se ha llenado el número.
4 De estos ejemplos hay muchos en la divina Escritura. Hablando el Señor de los hebreos, dice en Número 16, 22 y 23: “Me han tentado ya por diez veces”, ¿ves cómo Dios cuenta los pecados?; “No verán la tierra”, ¿miras cómo Dios castiga cuando se ha llenado el número? Hablando de los amorreos, dice en otro lugar que atrasaba su castigo porque no habían llenado todavía la medida, el número de las maldades: “hasta el presente la maldad de los amorreos no ha llegado a su colmo” (Génesis 15, 16). En otro lugar tenemos el ejemplo de Saúl que, habiendo desobedecido a Dios dos veces, fue abandonado por Él; de modo, que suplicando a Samuel que intercediese con el Señor para que le obtuviese el perdón de su pecado: “Perdona ahora, te ruego, mi pecado; vuélvete conmigo y voy a adorar al Señor” (1 Reyes o 1 Samuel 15, 25). Samuel, que sabía que estaba abandonado por el Señor, le respondió: “No me volveré contigo, dijo Samuel a Saúl, pues has desechado la palabra del Señor, por lo cual el Señor te ha desechado a ti…” (1 Reyes o 1 Samuel 15, 26). También está el ejemplo de Baltasar, que profanó los vasos del templo comiendo con sus mujeres, y vio aquella mano prodigiosa que escribió en la pared: Mane, Thecel, Phares. Vino Daniel, y habiéndole suplicado que explicara el significado de estas palabras, dijo al rey explicando la palabra Thecel: “Has sido pesado en la balanza, y has sido hallado falso” (Daniel 5, 27). Dándole con esto a entender, que el peso de sus pecados había inclinado la balanza de la divina justicia; y con efecto, Baltasar, rey de los Caldeos, fue muerto aquella misma noche. ¿A cuántos desgraciados sucede lo mismo? Ellos siguen ofendiendo a Dios, pero cuando sus pecados llegan al número determinado, los asalta la muerte y los sumerge en el infierno. “Pasan en delicias sus días, y sin darse cuenta bajan al sepulcro” (Job 21, 13). ¡Ten un gran temor!, no sea que Dios te mande al infierno si cometes un pecado mortal más.
5 Si Dios castigara inmediatamente que el hombre le ofende, no se vería tan despreciado como se ve. Pero porque no lo hace así, y movido de su misericordia nos espera y retarda el castigo, se llenan los pecadores de orgullo y siguen ofendiéndole: “Por cuanto la sentencia contra el mal obrar no se ejecuta prontamente, por eso el corazón de los hijos de los hombres se anima a hacer el mal” (Eclesiastés 8, 11). Pero debemos persuadirnos de que Dios espera y sufre; mas no espera y sufre siempre. Siguiendo Sansón tratando con Dalila, esperaba librarse de las asechanzas de los filisteos, como había hecho otras veces; pero esta vez fue preso por ellos y le quitaron la vida. “Tampoco digas”, advierte el Señor, “Yo pequé, ¿y qué mal me ha venido? Porque el Altísimo, aunque paciente, da el pago merecido” (Eclesiástico 5, 4). Dios tiene paciencia hasta cierto término, pasado el cual, castiga los primeros pecados y los últimos; y cuanto mayor haya sido la paciencia de Dios, tanto mayor será su castigo.
6 Por eso dice san Crisóstomo que “más debemos temer a Dios cuando tolera, que cuando castiga inmediatamente”. ¿Y por qué? “Porque”, como dice san Gregorio, “aquellos con quienes Dios usa de más misericordia, son castigados con mucho mayor rigor, si abusan de ella”. Y añade el santo: “que estos tales son frecuentemente castigados por Dios, con una muerte repentina y no tienen tiempo de arrepentirse”. Y cuanto mayor es la luz que el Señor comunica a algunos para que se enmienden, tanto mayor es su obcecación y pertinacia en el pecado. San Pedro en su epístola segunda escribió: “Mejor les fuera a los pecadores no haber conocido el camino de la justicia, que no después de conocido volver atrás” (2 Pedro 2, 21). ¡Ay de aquellos pecadores que tornan al vómito después de haber visto la luz! porque dice san Pablo que es moralmente imposible, sean renovados por la penitencia: “Porque a los que, una vez iluminados, gustaron el don celestial… y han recaído, imposible es renovarlos otra vez para que se arrepientan” (Hebreos 6, 4 y 6).
7 Oye pues, oh pecador, lo que te dice Dios: “Hijo, ¿has pecado? No vuelvas a pecar más; antes bien haz oración por las culpas pasadas, a fin de que te sean perdonadas” (Eclesiástico 21, 1). De otra suerte puede muy bien suceder que, si cometes otro pecado mortal, se cierre para ti la puerta de las divinas misericordias, y quedes perdido para siempre. Por lo tanto, cuando el enemigo te tiente, incitándote a cometer otro pecado, di lo siguiente en tu interior: Y si Dios no me perdona más, ¿cuál será mi suerte por toda la eternidad? Pero si el demonio te dice: No tengas miedo, Dios es misericordioso; respóndele al instante: ¿Y qué seguridad tengo yo de que Dios usará de misericordia conmigo y me perdonará, si vuelvo a pecar? Pon atención a la amenaza que hace el Señor a los que desprecian sus divinos consejos: “Ya que estuve yo llamando, y vosotros no me respondisteis… yo también me reiré de vuestra calamidad, y me burlaré cuando os sobrevenga el espanto” (Proverbios 1, 24 y 26). Observa estas dos palabras, “yo también”, esto es, que, así como tu te has burlado de Dios (confesando tus pecados, prometiendo la enmienda y volviendo a pecar de nuevo), así Dios se burlará de ti a la hora de la muerte, “cuando os sobrevenga el espanto”. El Señor no sufre que nadie se burle de Él: “Dios no se deja burlar” (Gálatas 6, 7). Y el Sabio dice: “Como perro que vuelve sobre su vómito, así es el necio que repite sus necedades” (Proverbios 26, 11). Dionisio Cartujano explica muy bien este texto diciendo: “que así como es abominable y repugnante el perro que come lo inmundo que acaba de vomitar, del mismo modo es abominable a los ojos de Dios el pecador que reincide en las mismas culpas que detestara al tiempo de confesarlas”.
8 Pero, ¡cosa admirable! Si compras una casa te tomas todas las precauciones necesarias para asegurar su posesión, y no perder el dinero que costó. Si tomas una medicina, procuras asegurarte de que ella no te haga daño. Si pasas un rio, procuras no caer dentro de él. Pero, por una satisfacción momentánea, por un desahogo de venganza, por un placer bestial que termina al punto que empieza, arriesgas la salvación eterna, diciendo: Después me confieso. ¿Y cuándo lo confesaras, te pregunto yo? Mañana, me responderás. ¿Y quién te asegura que vivirás mañana? ¿Quién te asegura que llegaras a mañana, y que no te quitará Dios la vida mientras estas pecando, como ha sucedido a tantos? “¿Os creéis seguros un día”, dice san Agustín, “cuando no lo estáis de vivir una hora?” ¿Cómo dices, pues, mañana me confesare? Escucha lo que dice san Gregorio: “El que prometió perdón al penitente, no prometió el día de mañana al pecador” (Homilía 12 in Evang.) Dios ha prometido el perdón al que se arrepiente; pero no ha prometido esperar hasta mañana al que le ofende. Quizá el Señor te concederá tiempo de penitencia, y quizá te lo negará. Pero si te lo niega, ¿cuál será la suerte de tu alma? Entre tanto te pones en peligro de perderla por un vil gusto, y de condenarte para siempre.
9 ¿Te expondrías tú a perder por un gusto de un momento, dinero, casa, poder y libertad? No. Pues ¿cómo te expones a perder el alma, el paraíso y a Dios, por un instantáneo placer? Dime, ¿crees que es verdad de fe, que hay gloria, infierno y eternidad? ¿Crees que te condenarás para siempre, si te sorprende la muerte, estando en pecado mortal? ¿Y no es una temeridad, no es una locura propia de un necio, querer condenarse a una eternidad de penas, diciendo: espero enmendarme después? San Agustín dice: “ninguno quiere enfermar con la esperanza de que después recobrará la salud”. No hay ningún necio que trague un veneno y diga: después tomaré el contraveneno y me curaré. ¿Cómo, pues, quieres tú condenarte al infierno con la esperanza de que después te librarás de él? ¡Oh necedad que ha llevado y lleva tantas almas al infierno! según la amenaza de Dios que dice: “Tú te has tenido por seguro en tu malicia […] caerá sobre ti la desgracia, y no sabrás de donde nace” (Isaías 47, 10 y 11) Has pecado, confiando temerariamente en la divina misericordia; tu verás prontamente el castigo sin acertar de donde viene. ¿Qué dices ahora, pecador? ¿qué determinas hacer? Si este sermón no te mueve a hacer una firme resolución de volverte a Dios, tú eres ya condenado para siempre sin remedio. Tu frialdad acerca de tu salvación y tu apego al pecado me hacen creer, que Dios ha comenzado a abandonarte, según aquellas palabras de la Escritura: “Así, porque eres tibio, y ni hirviente ni frío, voy a vomitarte de mi boca” (Apocalipsis 3, 16), como si dijera: comenzaré a desahuciarte, y abandonarte a ti mismo: no te daré los auxilios espirituales que necesitas para salir de ese triste estado en que te hayas, porque has llenado ya la medida de los pecados que yo me había propuesto perdonarte.
Sermón de san Alfonso de Ligorio hallado en su libro Sermones abreviados para todas las dominicas del año (traducido del italiano al español en 1865), con algunas actualizaciones en ortografía, uso de palabras sinónimas en raras ocasiones para una mejor comprensión del texto, etc.
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