En las secciones anteriores, he descrito la historia de la controversia del P. Feeney de finales de los década de 1940 y principios de la década de 1950, que fue precedida por una apostasía del dogma fuera de la Iglesia no hay salvación que empezó en el siglo XIX – aparejada con las malentendidas y falibles declaraciones del Papa Pío IX sobre la “ignorancia invencible” y la explosión de la falsa doctrina del “bautismo de deseo”. He señalado que esta herejía (de la salvación fuera la Iglesia o la “ignorancia invencible” que salva a los que mueren como no católicos) es ahora creída casi universalmente por los supuestos católicos y “tradicionalistas”. Y esta herejía está llevando a innumerables almas al infierno. A continuación, el lector encontrará algunos testimonios de ciertos enemigos de la fe que de buena gana admiten que la nueva, herética “comprensión” del dogma fuera de la Iglesia no hay salvación que se generalizó en el siglo XX antes del Vaticano II es contraria a la enseñanza dogmática católica y a sus dos mil años de tradición.
TESTIFICA UN PROTESTANTE
La siguiente cita es de un autor protestante. Tenga en cuenta cuidadosamente como este hereje protestante relaciona el éxito final del falso ecumenismo con el Papa Pío IX y lo que él cree ser su enseñanza de que puede haber salvación fuera de la Iglesia católica. El protestante también, por supuesto, elogia a Juan XXIII (el iniciador del Vaticano II) y a Pablo VI (que lo llevó a término). Como era de esperar, su elogio final se dirige al apóstata Juan Pablo II, quien llevó las herejías del Vaticano II a todo el mundo y ejemplificó la apostasía con muchas falsas religiones.
John McManners, autor protestante, La Historia Ilustrada del Cristianismo de Oxford: “Sin embargo, el clima ecuménico tuvo consecuencias en las iglesias europeas. Ellos estuvieron mucho más dispuestos a compartir sus altares con los demás, incluso sus iglesias y cooperaron en proyectos sociales comunes. Esta diferencia fue más marcada en la Iglesia católica romana. Desde la contrarreforma, Roma enseñaba que ella era la única iglesia… En el siglo XIX, cuando el catolicismo se centralizaba todavía más en Roma, el Papa Pío IX admitió que los hombres podían salvarse fuera de la iglesia por medio de la ‘ignorancia invencible’ de la verdadera fe. Esto fue una gran concesión de caridad en la tradición del pensamiento. Cuando el movimiento ecuménico se fortaleció, el Papa Pío XI se negó formalmente a tomar parte de él (1928), para no insinuar con ello un reconocimiento de que la Iglesia católica romana no era sino una más de una serie de denominaciones. La misma encíclica prohibió a los católicos romanos participar en conferencias con los no católicos.
Todo esto empezó a cambiar después de la Segunda Guerra Mundial. Pero fue la ascensión del Papa Juan XXIII, en 1958, lo que comenzó a trasformar la atmósfera. Parte de su objetivo al convocar el Segundo Concilio Vaticano fue sanar las separaciones entre oriente y occidente, y posteriormente reconoció como hermanos a los protestantes de occidente. Una encíclica de 1959 acogió a los no católicos como ‘hermanos e hijos separados’. En 1960 el papa fundó una Secretaría para la Unidad de los Cristianos. En el mismo año recibió al arzobispo Fisher de Canterbury. En 1961 permitió que observadores católicos romanos asistieran a la conferencia del Consejo Mundial en Nueva Delhi.
Su sucesor, Pablo VI llevó más allá esta mucha más caritativa actitud nueva. En 1965, él y el patriarca de Constantinopla Atenágoras, deploraron, en una declaración conjunta, las mutuas excomuniones de 1054 que habían manchado sus historias del pasado como iglesias. En 1967 se reunió nuevamente con el patriarca, un año después de haberse reunido con el arzobispo Ramsey de Canterbury. La doctrina de que los católicos romanos no podían compartir en oficios religiosos con los otros cristianos fue finalmente asesinada por el papa polaco Juan Pablo II cuando, en 1982, fue a la catedral de Canterbury en compañía del arzobispo anglicano Runcie de Canterbury… Todo esto fue parte de la apertura del papado al mundo”[1].
Aquí lo tenemos directamente de la boca de un protestante. Él relaciona el futuro éxito del falso movimiento ecuménico (el movimiento de respeto y unión con las falsas religiones) con la enseñanza de que hay salvación fuera de la Iglesia católica. Este hereje protestante también elogia al Papa Pío IX, porque cree que fue el Papa Pío IX quien introdujo la nueva herejía de la salvación fuera de la Iglesia católica en las mentes y en las almas de los católicos. (Recuérdese que en la sección sobre el Papa Pío IX señalamos cómo todos los herejes modernos intentan utilizar sus dos declaraciones falibles – que no enseñan que los no católicos se pueden salvar sin la fe católica – como justificación de su completa negación de este dogma). Por lo tanto, hasta los protestantes pueden ver que la aceptación de la idea de la “ignorancia invencible” significó una “gran concesión” (una nueva idea contraria a los dogmas tradicionales) en la tradición del pensamiento.
TESTIFICA UN JUDÍO
The Jewish Week [La Semana Judía], “Three Faiths and a Glimmer of Hope” [“Tres creencias y un rayo de esperanza”], Gary Rosenblatt – redactor y editor, 29/8/2003: “Durante los debates interactivos me di cuenta de lo doloroso y difícil que ha sido para la Iglesia católica, empezando con el Vaticano II a comienzo de los 1960, enfrentarse a su vergonzoso trato hacia los judíos y, por consiguiente, revertir una posición de siglos de que la salvación para la humanidad solo puede venir a través de Jesús…
En un caso menos conocido, el cardenal Richard Cushing excomulgó a un sacerdote de Boston, Leonard Feeney, en 1953, por predicar que todos los no católicos irían al infierno. A pesar de que las palabras del Padre Feeney se basaban en el Evangelio, el cardenal Cushing las encontró ofensivas, en gran parte porque su hermana se había casado con un judío, dijo Carroll, y porque el cardenal había crecido cerca de la familia, sensibilizándose hacia el proselitismo desde la perspectiva judía”.
Aquí vemos que el judío, Gary Rosenblatt, reconoce que la controversia del P. Feeney consistía en que si era o no necesario ser católico para salvarse. Él explica que el P. Feeney fue “condenado” por enseñar (la verdad dogmática) de que todos los que mueren como no católicos se van al infierno. Esto corrobora el hecho de que quienes se opusieron al P. Feeney sostenían que sí puede haber salvación fuera de la Iglesia, mientras que los que defendían al P. Feeney defendían el dogma católico fuera de la Iglesia no hay salvación.
TESTIFICA UN SACERDOTE “JESUITA” DE LA NUEVA RELIGIÓN DEL VATICANO II
La siguiente cita viene de un sacerdote hereje miembro de la secta del Vaticano II y supuesto jesuita, el P. Mark Massa, “SJ”, que admite que la nueva y herética compresión del dogma fuera de la Iglesia no hay salvación, que se generalizó a partir de 1900, es una nueva revelación que no fue aceptada como normal hasta siglo XX. El testimonio del P. Massa es particularmente interesante simplemente porque él es un descarado hereje que cree que los dogmas pueden cambiar, de manera que él no tiene problema en presentar un claro reporte de la controversia sobre el P. Feeney: la negación del dogma tradicional fuera de la Iglesia no hay salvación. Los otros herejes que niegan este dogma se ven obligados a usar todo tipo de explicaciones ladinas, ya que ellos afirman creer que los dogmas no pueden cambiar. Pero el P. Massa no tiene problema en admitir lo que de verdad ocurrió con esta cuestión.
P. Mark S. Massa, “SJ”, Los católicos y la cultura estadounidense, p. 21: “‘La primera señal de que se acerca su condenación es que [la universidad] Notre Dame tiene protestantes en su equipo de fútbol americano’, dice un feeneyita en un juego de fútbol americano de Notre Dame, 1953 –
En la tarde del 4 de septiembre de 1952, los lectores del Boston Pilot – la voz de la archidiócesis católica romana – encontraron en la primera página de su usualmente [sobrio] semanario, el texto de la incisiva carta del Santo Oficio en Roma. El texto, fechado el 8 de agosto, se dirigía a un grupo de católicos de Boston que habían levantado un gran alboroto sobre la antigua sentencia teológica extra ecclesiam nulla salus (“fuera la Iglesia no hay salvación”) – una frase que se remonta a San Cipriano en el siglo tercero y uno de los pilares de ortodoxia para los creyentes cristianos.
La carta en sí fue realmente un suceso ambivalente… ella permitía que una persona podría estar ‘en la iglesia’ por un más allá de un ‘deseo implícito’ – una interpretación que había alcanzado un estado casi normativo entre los teólogos católicos de mediados del siglo XX, aunque ello nunca ha sido así interpretado oficialmente por Roma”[2].
El P. Massa se refiere aquí al Protocolo 122/49, la carta escrita contra el P. Feeney en 1949, publicada en The Pilot, que he discutido en detalle. El P. Massa admite que el Protocolo 122/49 (que es la norma de creencia de casi todos llamados “tradicionalistas” de hoy) “fue realmente un suceso ambivalente”. Ambivalente significa tener dos significados o nociones contradictorias. Y él está del todo en lo cierto. La carta reclamaba afirmar el dogma fuera de la Iglesia no hay salvación y a la vez negarlo completamente. Además, el P. Massa admite que este entendimiento (herético) del dogma fuera de la Iglesia no hay salvación, como se expresa en el Protocolo (a saber, que los no católicos se pueden salvar por la “ignorancia invencible”), había alcanzado el estado normativo en las mentes de los “teólogos católicos” de mediados del siglo XX antes del Vaticano II. Sigo con su testimonio.
P. Mark S. Massa, “SJ”, Los católicos y la cultura estadounidense, p. 27: “El mensaje de Feeney – de que la tradición católica se oponía a una cultura en bancarrota y posprotestante al borde de la anarquía intelectual y la aniquilación física – llegó a oídos dispuestos. A finales de la década de 1940, el centro [del P. Feeney] contaba con doscientos conversos…”[3].
P. Mark S. Massa, “SJ”, Los católicos y la cultura estadounidense , pp. 32-33: “En el terreno estrictamente teológico, la enseñanza de Feeney no fue tan escandalosa o patológica como podría parecer a la vista de la realidad católica post Vaticano II. Los propagandistas católicos de la contrarreforma europea ciertamente creían que sus adversarios protestantes, no menos que los infieles musulmanes, estaban fuera del alcance de gracia [la gracia santificante], y una interpretación rigorista de la frase de Cipriano pone claramente al descubierto los motivos de gran parte de la actividad misionera entre los siglos XVI y XX. La urgencia por ‘arrebatar las almas’ de las garras del infierno inspiró al jesuita Francisco Javier en India… ir y predicar la buena nueva a los ‘pueblos que caminaban en las tinieblas’ (Isa. 9, 2)…
Sin embargo, mucho antes de 1965 – ciertamente a finales de la década siguiente a la Segunda Guerra Mundial – la mayoría de los católicos norteamericanos habían dejado de creer que sus buenos vecinos protestantes y judíos iban a la ruina eterna después de la muerte, invenciblemente ignorantes o no. Leonard Feeney había reconocido, ya en 1945, esta silenciosa, pero muy importante revolución en el pensamiento católico con respecto a las fronteras entre los católicos y la cultura norteamericana. De hecho, la perspicacia de Feeney evitó que el Caso de la Herejía de Boston fuese la ópera cómica, convirtiéndolo en un episodio importante en la experiencia norteamericana”[4].
El P. Massa admite aquí que la mayoría de los “católicos” mucho antes del Vaticano II habían dejado de creer que no hay salvación fuera de la Iglesia católica (es decir, que los que mueren como no católicos no se pueden salvar), y que por eso el P. Feeney encontró tanta resistencia al reafirmar esta verdad dogmática.
P. Mark S. Massa, “SJ”, Los católicos y la cultura estadounidense, p. 34: “La interpretación rigorista de Feeney de extra ecclesiam nulla salus [fuera de la Iglesia no hay salvación] podría decirse que estaba más cerca de su significado sostenido por el Papa Inocencio III en el siglo XIII y San Francisco Javier en el siglo XVI, de que sus opositores católicos ‘liberales’ que encontraban su enseñanza abominable. De hecho, en la época entre la Reforma [protestante] y el Vaticano II, ‘la iglesia’, en declaraciones dogmáticas oficiales, declaró exactamente lo que dijo Feeney…”[5].
Aquí vemos al P. Massa admitiendo que “la enseñanza del P. Feeney” era exactamente lo que había declarado la Iglesia en pronunciamientos dogmáticos oficiales.
P. Mark S. Massa, “SJ”, Los católicos y la cultura estadounidense, p. 35: “La iglesia se encontraba en una situación sin salida, tratando de aferrarse a sus pretensiones de la verdad inequívoca y a la vez censurando a quien proclamaba esa verdad un poco demasiado literalmente… La línea divisoria entre los salvados y los condenados se había movido (o posiblemente había sido movida) para incluir a otros (es decir, a la mayoría de los estadounidenses) que no tenían ningún deseo, implícito o de otro tipo, de unirse a la comunión romana”[6].
El P. Massa admite aquí que la línea divisoria de indicaba quiénes podrían formar parte de la Iglesia (y, por lo tanto, salvarse) había sido movida; él además admite que la nueva (herética) definición de la línea divisoria (del Protocolo 122/49, etc.) incluía a personas que no tenían ningún deseo o intención de hacerse católicos romanos (es decir, a los no católicos).
P. Mark S. Massa, “SJ”, Los católicos y la cultura estadounidense, p. 35: “… Las posiciones doctrinales que habían sido consideradas rigoristas, pero no obstante ortodoxas, en un momento anterior en la historia católica de América del Norte, era ahora percibida como inaceptable – creencias que el colectivo ahora las declaraba como descarriadas e incluso peligrosas para la comunidad. La conciencia colectiva había cambiado, la frontera entre lo que constituía el ‘adentro’ y el ‘afuera’ se había movido o había sido reducida, y la interpretación oficial de lo que significaba estar ‘fuera de la iglesia’ había cambiado con ella…”[7].
P. Mark S. Massa, “SJ”, Los católicos y la cultura estadounidense, p. 37: “El Caso de la Herejía de Boston presagiaba un futuro católico que tomaría la ruta trazada por aquellos a quienes Feeney llamó ‘liberales acomodaticios’. Esto puede parecer una visión penetrante de aquello que hoy parece obvio, ahora con toda seguridad al otro lado de Vaticano II, pero no siempre fue tan obvio. Hubo un tiempo – antes del día de Knute Rockne – cuando se esperaba que todos los miembros del equipo de fútbol americano de [la univerdad de] Notre Dame deberían ser buenos católicos”[8].
El P. Massa concluye su capítulo sobre la controversia del P. Feeney diciendo que ello presagiaba un nuevo “futuro católico” que se cumplió después del Vaticano II. Así, él confirma nuestro punto: que sin la negación de este dogma el Vaticano II nunca podría haber ocurrido.
Notas:
[1] The Oxford Illustrated History of Christianity, de John McManners, cap. 10, “The Ecumenical Movement,” Oxford, NY: Oxford University Press, 1990, p. 373.
[2] P. Mark Massa, Catholics and American Culture, p. 21.
[3] P. Mark Massa, Catholics and American Culture, p. 27.
[4] P. Mark Massa, Catholics and American Culture, pp. 32‐33.
[5] P. Mark Massa, Catholics and American Culture, p. 34.
[6] P. Mark Massa, Catholics and American Culture, p. 35.
[7] P. Mark Massa, Catholics and American Culture, p. 35.
[8] P. Mark Massa, Catholics and American Culture, p. 38.
Muy interesante, muy útil.