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¿Qué hacer si usted ha callado pecados en la confesión?
“Estaba Jesús echando un demonio, el cual era mudo” (Lucas 11, 14).
El demonio no lleva al infierno a los pecadores con los ojos abiertos, sino que los ciega primeramente con la malicia de sus mismos vicios: “desatinaron cegados de su propia malicia” (Sabiduría 2, 21); y después los conduce consigo a la eterna perdición. Así el enemigo procura cegarnos primero, para que no veamos el mal que hacemos, y la ruina que nos preparamos, ofendiendo a Dios. Luego que hemos pecado, procura cegarnos para que no nos confesemos por vergüenza, y así nos ata con una doble cadena para conducirnos al infierno, haciendo que después del pecado cometido cometamos otro pecado mayor: el sacrilegio. De este asunto quiero hablarles hoy para que conozcan toda la gravedad y las consecuencias del callar pecados en la confesión.
1. Escribiendo san Agustín sobre aquel texto de David: “Pon, Señor, una guardia ante mi boca, un cerrojo en la puerta de mis labios” (Salmo 140, 3); dice así: “No dijo claustro, sino puerta; la puerta se abre y se cierra; se abre para confesar el pecado, y se cierra para callarle”. Quiere decir con esto que el hombre debe tener la puerta en la boca para cerrarla a las palabras deshonestas, a las murmuraciones y a las blasfemias; y abrirla para confesar los pecados cometidos. El callar cuando nos vemos instigados a pronunciar palabras injuriosas contra Dios o contra el prójimo, es acto de virtud; pero el callar en la confesión los pecados cometidos es la ruina del alma. Esto es lo que pretende de nosotros el demonio, que tengamos la boca cerrada después que hemos pecado y no nos confesemos. Refiere san Antonino que vio cierto solitario en una ocasión al demonio que estaba en una iglesia, andando alrededor de algunas personas que querían confesarse: le preguntó, qué hacer tenía en aquel sitio, y respondió: Estoy restituyendo a los penitentes lo que antes les quité; estoy quitándoles la vergüenza para que pecaran y se las restituyo ahora para que no se confiesen. “Mis llagas hieden y supuran, por culpa de mi insensatez” (Salmo 37, 6). Las llagas, cuando se gangrenan, acarrean la muerte; y lo mismo acontece con los pecados callados en la confesión, porque son unas llagas del alma gangrenadas.
2. San Juan Crisóstomo dice que Dios puso vergüenza en el pecado para que no le cometamos; y nos da la mayor confianza en la confesión, prometiendo el perdón al pecador que se acusa de él: Pudorem dedit Deus peccato, confessioni fiduciam: invertit rem diabolus, peccato fiduciam præbet, confessioni pudorem. (Chrys. Proaem. in Isa.) El demonio hace todo lo contrario, inspira confianza al pecador con la esperanza del perdón, para que peque; pero después que ha pecado, le llena de vergüenza para que no se confiese.
3. Un discípulo de Sócrates, al salir de casa de una mala mujer, vio a su maestro que pasaba por allí y retrocedió para que su maestro no le viera. Entonces Sócrates acercándose a la puerta le dijo: Hijo mío, vergonzoso es entrar en esta casa, mas no lo es el salir de ella. Así les digo yo al presente: pecadores, cosa vergonzosa es ofender a un Dios tan grande y bueno; pero no lo es confesar el pecado después que le hemos cometido. ¿Tuvo acaso vergüenza santa María Magdalena de confesar en público a los pies de Jesucristo, cuando se convirtió, que era una mujer pecadora? Aquella confesión fue quien la hizo santa. ¿Tuvo acaso vergüenza san Agustín, no digo solamente de confesar sus pecados, sino de escribirlos en uno de sus libros, para que fuesen conocidos a todo el mundo? ¿Tuvo vergüenza de confesarse santa María de Egipto, que había sido tantos años una mujer deshonesta? Así se hicieron estos santos, y al presente son venerados en los altares.
4. En los tribunales de la tierra se dice que el que confiesa es condenado; pero en el tribunal de Jesucristo, el que confiesa obtiene perdón y recibe la corona del paraíso. San Juan Crisóstomo dice que después que el penitente se confiesa recibe una corona: Post confessionem, datur paenitenti corona. El que quiere curarse una llaga debe mostrarla al médico, de otro modo se empeorará y le arrastrará a la muerte. Quod ignorat, dice el Concilio de Trento, medicina non curat. Por tanto, si vuestra alma esta mancillada con el pecado, no se avergüence de manifestarlo al confesor, porque de otro modo perecerá: “No te avergüences de decir la verdad cuando se trata de tu alma”(Eclesiástico 4, 24). Pero usted me dirá: Yo tengo mucha vergüenza de confesar aquel pecado. Pues yo le respondo, esa vergüenza es la que debe vencer si quiere salvarse: “Hay vergüenza que conduce al pecado, y hay también vergüenza que acarrea la gloria y la gracia” (Eclesiástico 4, 25). La una conduce los hombres al pecado, y esta es aquella vergüenza que le hace callar en la confesión las culpas cometidas; la otra es aquella que se siente al confesarlas, y nos hace recibir la gracia de Dios en esta vida y la gloria del paraíso en la otra.
5. San Agustín escribe que el lobo coge del cuello a la oveja con los dientes para que no se le escape de las manos, y no pueda buscar ayuda, balando: así se la lleva con seguridad y la devora. Lo mismo hace el demonio con tantas infelices ovejas de Jesucristo: después que las indujo a pecar, las coge por el cuello para que no se confiesen, y así conduce la presa con seguridad al infierno. Luego que uno ha cometido una culpa grave, no le queda otro medio de salvarse que confesarla. Pero ¿qué esperanza de salud puede tener aquel que va a confesarse y calla el pecado, sirviéndose de la confesión para ofender más a Dios y para hacerse más esclavo del demonio? ¿Qué diría de aquel enfermo que se toma una taza de veneno en vez del remedio que le había ordenado el médico? ¿Y qué es la confesión para un pecador que calla sus pecados, sino una taza de veneno que añade a su conciencia la malicia del sacrilegio? Cuando el confesor absuelve al penitente, le dispensa la sangre de Jesucristo, puesto que le absuelve de su pecado por el mérito de aquella santísima sangre. Pero, ¿qué hace el que calla pecados en la confesión? Huella la sangre de Jesucristo. Y si además recibe la comunión en pecado, según san Juan Crisóstomo, arroja en cierta manera a una cloaca la hostia consagrada: Non minus detestabile est in os pollutum, quum in sterquilinium mittere Dei Filium. (Hom. 83. in Matth.) ¡Cuántas pobres almas arrastra al infierno la maldita vergüenza, porque, como dice Tertuliano, atiende más a la vergüenza que a la salvación! Estas desgraciadas tienen solamente presente la vergüenza, y no piensan que se condenan irremisiblemente si no confiesan sus pecados.
6. Algunos dicen: ¿Qué dirá el confesor cuando sepa que he cometido tal pecado? Pues, ¿qué ha de decir? Dirá que son unos miserables, como lo son cuantos viven en este mundo: dirá que si ha cometido el pecado, ha hecho una acción gloriosa venciendo la vergüenza que tenía de confesarle.
7. Otros dicen: Si confieso tal pecado, temo que se publique. A estos pregunto yo, ¿a cuantos confesores tiene que confesarle? Basta decírselo a un solo sacerdote; y así como este escucha el suyo, escucha también otros muchos de otras personas. Basta que le confiese una vez, para que el confesor lo absuelva y así quedará con la conciencia tranquila. Es verdad, dice el pecador, pero yo tengo grande repugnancia en manifestar mi pecado a cierto confesor en particular. Pues díselo a otro confesor, cualquiera que sea: Pero ese confesor en particular lo llevará a mal, si llega a saber que me confieso con otro. Pues ¿qué es lo que quiere hacer? ¿Quiere cometer acaso un sacrilegio confesándose mal y condenarse por disgustar a su confesor? Esto sería la mayor locura.
8. Otro pecador dice: Temo que el confesor descubra a los otros mi pecado. ¿Qué es lo que dice usted? ¿Qué necedad es sospechar que sea tan malvado el confesor que quebrante el sigilo de la confesión y comunique a los otros su pecado? ¿Ignora acaso que el sigilo de la confesión es tan estrecho que no puede el confesor saliendo del confesionario hablar una palabra, ni aun acerca de un pecado venial, hasta con la persona misma que se confesó, y que si lo hiciera cometería un delito muy grave?
9. Pero el pecador replica: Temo que, al saber el confesor mi debilidad, me la echará en cara y se irritará. Pero, ¿no ve, le respondo yo, que todos esos temores son engaños del demonio, para arrastrarlo a los infiernos? El confesor ni le echará nada en cara, ni se irritará, sino que […] le dará aquellos avisos que le convengan. Y debe saber que el mayor consuelo que puede tener cualquier confesor es absolver al penitente que se acusa de sus culpas con sinceridad y verdadero dolor. Si una reina fuese herida de muerte por un esclavo y usted la pudiese curar con algún remedio, ¿qué gozo no tendría si la librara de la muerte? Pues un placer semejante recibe el confesor que absuelve al alma que estaba en pecado: con su auxilio la libra de la muerte, y la hace reina del paraíso, haciéndole recobrar la gracia divina.
10. Mas los pecadores tienen muchos temores infundados, y no temen condenarse cometiendo un pecado tan enorme como es el callar pecados en la confesión. Temen irritar al confesor y no temen irritar a Jesucristo que los ha de juzgar a la hora de la muerte. Temen que sepan sus otros pecados, siendo así que es imposible, puesto que los manifiestan en secreto al confesor, y este tiene que guardar el secreto precisamente; y no temen que el día del juicio han de saber todos sus pecados los habitantes del mundo si ahora los callan. Si supieran que no confesando al confesor aquel pecado lo habían de saber todos sus parientes y conocidos, seguramente lo confesarían. Pero, ¿usted tiene fe o no la tiene? ¿No sabe, dice san Bernardo, que si no dice su culpa a un hombre que es pecador lo mismo que usted, aquel pecado lo han de saber el día del juicio no solamente todos sus parientes y conocidos sino todos los hombres del mundo? Si pudor est tibi uni homini, et peccatori peccatum exponere, quid facturus es in die judicii, ubi omnibus exposita tua conscientia patebit? (S. Bern. super illud (Joan. cap. 11 Lazare, veni foras.) Dios mismo, para confusión suya, si no se confiesa ahora, publicará entonces no solamente ese pecado que calla por vergüenza, sino todas las inmundicias que hubiera cometido durante la vida, en presencia de los ángeles y de todos los hombres: “Yo alzaré tus faldas hasta tu cara, descubriendo a las gentes tu desnudez y mostrando a los reinos tus vergüenzas” (Nahum 3, 5).
11. Oiga, pues, pecador, lo que san Ambrosio le aconseja: El demonio tiene preparado el proceso de todos sus pecados para acusarlo de ellos en el tribunal de Dios. Si quiere evitar esta acusación, dice el Santo, tomele la delantera a su acusador, acúsese usted mismo a un confesor y no habrá entonces ninguno que lo acuse: Præveni accusatorem tuum; si te ipse accusaveris, accusatorem nullum timebis (S. Ambr. lib 2 de Pænitent. cap. 2). Al contrario, dice san Agustín, el que no se acusa en la confesión, tiene oculto su pecado y cierra la puerta al perdón de Dios: Excusas te, includis peccatum, excludis indulgentiam. (Hom. 12, 50).
12. ¡Animo, pues! Y si alguno de ustedes ha cometido el error de callar pecados por vergüenza, esfuércese y manifiéstelos todos a un confesor: “Da con alegre corazón gloria a Dios” (Eclesiástico 35, 10), y confunde al demonio. Inducia el demonio a cierta penitente a que no confesara por vergüenza un pecado que había cometido pero determinó al fin confesarlo; y mientras iba a buscar al confesor, se le presentó el demonio y le dijo: ¿Dónde vas? Ella respondió con valor: Voy a confundirme a mí y a ti. Así les digo yo ahora: si han callado algún pecado grave, manifiéstenlo al confesor, confundan al demonio. Tengan presente que cuanto más se hayan violentado para hacer esta confesión, mayor será la recompensa que les dará Jesucristo.
13. Vaya, pues, desate esa serpiente que tiene presa a su alma y cuyas mordeduras continuas no lo dejan sosegar. ¡Qué infierno tan cruel sufre una persona que conserva en el alma un pecado que dejó de confesar por vergüenza! Verdaderamente es un infierno anticipado. Para librarse de él basta decir al confesor: Yo tengo cierto escrúpulo de no haber confesado un pecado de mi vida pasada; pero tengo vergüenza de decirlo. Entonces el confesor tendrá cuidado de sacarle del corazón esta serpiente que roe su conciencia. Y para que no forme escrúpulos sin fundamento, sepa que, si este pecado que teme confesar no es mortal, o no lo ha tenido por tal, no está obligado a confesarlo: porque no estamos obligados a confesar sino los pecados mortales. Además, si duda de haber confesado o no algún pecado de su vida pasada, pero está seguro de haber hecho desde entonces escrupulosamente el examen de la conciencia, y de que no ha callado ningún pecado voluntariamente o por vergüenza: en este caso, aunque la falta de la que tiene duda, si la ha confesado o no, sea muy grave, no está obligado a confesarla ya estando moralmente seguro de que la confesó antes. Al contrario, si sabe que esta falta es grave y no la confesó, es necesario confesarla o condenarse. Pero, vayan prontamente al confesor, almas descarriadas, que Jesucristo los espera con los brazos abiertos para perdonarlos y abrazarlos desde el instante que confiesen su falta. Yo les aseguro que después de una confesión completa, sentirán una alegría tan grande por haber limpiado su conciencia y recobrado la gracia de Dios; que bendecirá al instante en que se resolvieron a hacer una sincera confesión. Apresúrense a buscar un confesor, no den tiempo al demonio para que los tiente a retardar más esta confesión saludable: vuelen contritos, que Jesucristo los espera cual padre amoroso que desea abrazar a sus hijos descarriados.
Sermón de san Alfonso de Ligorio hallado en su libro Sermones abreviados para todas las dominicas del año (traducido del italiano al español en 1865), con algunas actualizaciones en ortografía, uso de palabras sinónimas en raras ocasiones para una mejor comprensión del texto, etc.
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Impactante, no miro discrepancias
Martin 1 semanaLeer más...Tiene razón. Gracias por compartir. Y de mi parte lo compartiré para que muchos lo vean.
Verónica Raygoza 1 semanaLeer más...Masturbarse es opuesto e incompatible al verdadero amor a Dios. La opción superadora ante la tentación del placer auto infligido es la oración
Gustavo Suárez 3 semanasLeer más...Más claro imposible. Gracias hermanos
Laudem Gloriæ 3 semanasLeer más...Esta listo. Gracias.
Monasterio de la Sagrada Familia 3 semanasLeer más...Hola. Ya fue publicado. Gracias.
Monasterio de la Sagrada Familia 3 semanasLeer más...Cuándo van a publicar el calendario de 2025?
Reynaldo 3 semanasLeer más...Dios los bendiga, porfavor suban pronto el calendario 2025 para poder imprimirlo.
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